Desde pequeña, siempre me han alucinado las empresas.  

Cada día soñaba con dedicarme a algo diferente.  Mi madre, con toda su paciencia, me decía que tenía que elegir una profesión y centrarme en ella. 

Pero yo disfrutaba yendo al mercado, observando cada oficio y, con mi imaginación de 9 años, me inventaba todos los procesos que llevaban ese pescado para estar ahí, listo para ser comprado.

Otro de mis hobbies era desmontar cosas para ver qué tenían por dentro y a los 10 años mis clases de informática me encantaban, 

¿Me gustaban los procesos, lo digital, las personas?

¿O simplemente era un poco cotilla?

Mi familia decía que lo mío era pura empatía, que conectaba tanto con la gente que todas las vidas me parecían dignas de ser vividas.

Y cuando cumplí 18 años, ser trabajadora social fue la opción óptima. Aunque yo me sacaba mi dinerillo gestionando  el aula de informática en la universidad.  

Finalmente he sido una trabajadora social bastante peculiar: He pasado por RRHH en empresas privadas, formadora, redactora incansable como técnica de proyectos y hasta coordinadora de eventos sociales.